Ahora es mi hija quien me pide a mí esas historias. Pero no son historias de hace cuarenta años las que yo le cuento, sino apenas de hace quince… ¿Qué pasó con nuestra patrio, en ese corto lapso? Recuerdo un Xela tan tranquilo que parecía no ocurrir cosa alguna, de infancia bicicletera, de travesuras en las calles del centro, de correr tocando timbres.
Recuerdo madres tranquilas, en sus oficios, dando permiso a sus hijas e hijos para ir con los de la cuadra a jugar de sol a sol, durante las vacaciones. Recuerdo una época en la que podías caminar sin ir de la mano de alguien mayor, en la que te mandaban a comprar esto o aquello al mercado por ti mismo. ¿Dónde quedaron esos días, dónde nuestra paz, nuestra calma?
Hoy no me atrevo a soltar la mano de mis hijos ni siguiera en la iglesia. La sensación de inseguridad ha invadido la ciudad que tanto amamos. Es cierto, no podemos cerrar los ojos. Secuestros, asesinatos, asaltos, maras, son el pan nuestro de cada conversación. Vas por la calle y solo notas rostros llenos de miedo o ansiedad, personas que caminan con el paso apresurado de sus temores, volteando a ver hacia atrás a cada respiro. Además de los peligros reales que han tomado por suyas las calles quetzaltecas, existe ese demonio interior que todos llevamos y que nos hace temer lo que no vemos, sospechar de de todo y de todos, enfermando nuestra mente y nuestro corazón. Incluso, nos ha convertido en un pueblo descortés y huraño (Antes todos saludábamos en la calle, hasta los desconocidos, sobre todo si eras infante, siempre tenías una palabra educada para cualquier persona mayor que pasara a tu lado, o una sonrisa… En fin, como quetzaltecos no podemos evitar la misma nostalgia de los abuelos).
¿Cuál es la excusa de esta convulsionada era? Hace treinta años, era la guerra, pero, ojo no se trataba de violencia sin causa, como la de ahora, sino de violencia contra las causas; hace veinte años, era la violencia propia de la época de transición; y hoy, pareciera no haber explicación convincente: la pobreza, las migraciones, la desvalorización de nuestras sociedades, entre otras. Perdón, pero la excusa vigente es propia de cobardes, como igualmente cobarde es usar los mismos medios que los delincuentes para hacernos la ilusión de que los controlamos.
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Por favor, emplear violencia contra violencia solo nos hace iguales a ellos, aumentando la inseguridad de nuestro pueblo, generando rencores y ensuciando el corazón. |
Ante nuestros ojos se presenta el reto de rescatar nuestra quietud y la de las generaciones que nos siguen. La tarea es ardua y pareciera carecer de pies y cabeza. Pero como nada se me ocurre ahora para responder ante el desafío de una Xela segura, sólo me queda guardar el pasado en mi caja de recuerdos, evocar una plegaria y asumir la convicción de que, definitivamente, van a venir tiempos mejores.